sábado, 3 de marzo de 2007

Entrevista. Hijos homosexuales de católicos fundamentalistas: cuando los padres entregan a sus hijos en sacrificio.

M. tiene treinta y dos años. Es homosexual y cristiano. Hace cinco años se enteró de que había contraído HIV. Hijo de padres católicos practicantes, nos cuenta el calvario que tuvo que sufrir ante el rechazo y la ignorancia de su entorno.

-¿Por qué aceptaste esta entrevista?

-En nuestro país el catolicismo todavía tiene mucho prestigio. Pocos conocen lo que es en verdad la Iglesia Católica, lo que en verdad piensa sobre temas muy difíciles. Hay mucha gente que trabaja sinceramente, pero poco tiene que ver esa gente con las decisiones que se toman y los objetivos que se plantea la institución.

-¿A qué edad ingresaste a la Iglesia?

-Desde el primario. Mis padres son católicos practicantes.

-¿Cómo fue tu experiencia en una escuela católica?

-Es difícil explicarlo. Tal vez alguien que haya pasado por lo mismo pueda entender los sentimientos contradictorios que aparecen con el tiempo. Por un lado, te sentís integrado, querido; por otro, a medida de que te vas dando cuenta de que sos diferente, comenzás a sentirte muy mal. La cuestión del rechazo, de la discriminación, está muy instalada en estos colegios.

- ¿Instalada por los compañeros o por los educadores?

-Por todos. Es una especie de círculo vicioso. Por ejemplo, la maestra de religión nos hacía leer la Biblia, párrafos cortos, en general, y se desarrollaba un tema. Un día salió el tema del divorcio, que por aquella época estaba en discusión. La maestra nos hablaba de amor, de perdón, de la bondad de Dios, pero inmediatamente nos advertía que el divorcio era un pecado, que era una acción condenable. Nosotros, muy chicos aún, nos convertíamos en jueces de nuestros compañeros hijos de padres separados.

-¿Creés que se trata de un “lavado de cerebros”?

-A esta altura, creo que hay mucho de eso. Más cuando volvés a tu casa y te encontrás con gente que piensa igual y no te da opción a reflexionar. No hay que olvidar que sos un chico, un menor, y estás en plena formación.

-¿Cómo viviste tu homosexualidad en aquel contexto?

-Ya en los últimos años de la primaria, yo percibía que algo me pasaba. Pero también percibía que no era prudente contarlo. Las agresiones y los insultos dirigidos a mis compañeros que eran afeminados y el silencio de los adultos de la institución, que parecían no escuchar, me indicaban que era mejor el silencio. Más tarde, en la secundaria, la cuestión empezó a ser más pesada.

-¿Por qué?

-Porque te atacan por todos los frentes: los curas que te hablan de castidad hasta el matrimonio y de que la homosexualidad es una enfermedad y una tendencia antinatural, los compañeros varones que te “presionan” para que demuestres lo “macho” que sos, los padres que empiezan a soñar con el matrimonio del hijo, y uno mismo que, gracias a ese bombardeo, se siente un anormal, una lacra social.

¿Dejaste de frecuentar grupos católicos después del secundario?

-No, eso hubiera sido muy fuerte para mi familia. Además yo había formado un grupo de amigos, una serie de relaciones afectivas que no podía abandonar. Mi mente estaba cargada de culpa. Pensaba que el equivocado era yo y no el resto. En una de las reuniones conocí a L., con quien formé una “pareja” a escondidas, hasta que se desencadenó la tragedia.

-¿Cuál fue la tragedia?

-Un día yo estaba en la oficina y mi madre me llama por teléfono. “¿Es verdad?” -me pregunta- “¿Es verdad lo de la carta?”. Yo no sabía qué responderle. Cuando llego a casa la encuentro a ella, a mi padre y a mi hermano, sentados en la mesa del living. Habían encontrado una de las cartas de L. Parecía una especie de tribunal. Les conté la verdad. No dijeron nada.

-¿Cuál fue el resultado de blanquear tu situación?

-Los primeros días me trataron de manera especial, hasta podría decir que bien. Pero a las dos semanas mi madre me dijo que ella podía aceptar mi homosexualidad, pero no que tuviera una pareja, que no practicara la homosexualidad.

-Una posición bastante llamativa…

-Es la posición de la Iglesia. Para la Iglesia ser homosexual no es un pecado en sí, el problema es que practiques relaciones sexuales y te involucres sentimentalmente, sea con una persona o varias. Te condenan a la castidad. Si te enamorás, sos el peor de los pecadores.

-Es decir, ni enfermedad, ni pecado…

No, es muy contradictorio lo que hace la iglesia. Si leés la encíclica de Juan Pablo II, te vas a encontrar con que se habla de “comprensión” y “compasión”, como si se hablara de una enfermedad. De hecho para el católico lo es. Pero lo limitan a la práctica. Están obsesionados con llamarla enfermedad y encontrar una cura que no existe, por el simple hecho de que no se trata de una enfermedad. Esa es la segunda parte de mi historia.

-¿Intentaron “curarte”?

-Sí, aunque no había nada de qué curarme. Cuando me negué a dejar de ver a L., las cosas cambiaron. Mi madre me pedía que abandonara el trabajo, que tenía que dedicarme a “curarme”. Me pidió que por favor fuera a ver a un psiquiatra y hablara con el cura de su iglesia. Yo no me negué. Fue una verdadera tortura. Dos años leyendo libros que la Iglesia vende y páginas de Internet, en las que se proponen “curas” milagrosas o terapias que pueden llevar al suicidio.

-¿Cómo tomaba L. todo esto?

-Mal. Creo que al fin de cuentas, peor que yo. Nos queríamos muchísimo. Pero ante las amenazas de mi madre, que estaba dispuesta a delatarlo si no dejábamos de vernos, decidió abandonarme. Ahí las cosas se tornaron realmente insoportables. No tenía un cable a tierra: el cura que me llenaba de culpa, mi madre que me repetía todos los días que rezaba por mi salvación, mi padre que no me hablaba y mis amigos que se mostraban fríos y distantes.

-¿No buscaste ayuda en alguna asociación gay o en alguna entidad del Estado?

-Eso me llenaba de vergüenza. Me quedaba lugar solo para las “escapadas”, para las relaciones sexuales ocasionales. Las palabras del cura y el resto del montaje que se armó solo servía para que yo me construyera una doble vida y mintiera, tal cual pasa dentro de la Iglesia: la cantidad de varones casados y sacerdotes homosexuales es increíble.

-¿Cuándo te enteraste de que habías contraído HIV?

-Hace cinco años, seguramente fruto de una de esas escapadas. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiese tomado un camino diferente y me lo reprocho. Es un tema con mi analista. Pero lo mío viene de chico, me sometieron a una educación que no puede desembocar más que en la culpa, la autodestrucción y el desprecio por uno mismo. Me pregunto a veces si no hubiera sido mejor hacer mis valijas e irme con L. Las cosas serían diferentes hoy. Pero encerrado en ese submundo que crea la Iglesia no tenés mucho lugar para pensar.

-¿Seguís considerándote católico?

-En absoluto, no puedo considerarme parte de una institución que indirectamente margina y condena a muerte a mucha gente, a pesar de que por otro lado realice buenas acciones. Soy profundamente cristiano y uno de los mandamientos es “no matarás”. No hace falta salir con un revólver a la calle para quebrar este mandamiento.

Si vos estás con menores en una clase y sostenés que el uso del profiláctico no sirve para prevenir el SIDA, que el medio más eficaz es la castidad ,estás indirectamente condenando a muerte a alguien. El profiláctico no tiene una eficacia total, pero es la mejor barrera en el momento de practicar relaciones sexuales. El discurso de la Iglesia parece decir que o conservás tu castidad o si practicás relaciones sexuales es lo mismo que uses profiláctico o no, ya que su uso no previene nada. Esto, en el mejor de los casos, ya que lo más normal es no hablar del profiláctico, solamente de la castidad.

2 comentarios:

Willy, el tímido dijo...

Interesante la entrevista.

Fuerte el testimonio de esa persona. Es difícil preguntarse qué hubiese pasado si...

Yo también fui a un colegio católico y se me metió en la cabeza ser sacerdote era uno de los pocos oficios donde se justificaba que no estuviera con mujeres.

En novenos grado, con 15 años, estuve a punto de retirarme del liceo e ingresar a un seminario. Mis padres son izquierda, y me recomendaron que terminara el bachillerato y que si luego mantenía mi decisión lo hiciera. Seguí su consejo y afortunadamente pasaron otras cosas durante los dos años que me faltaban.

Si hubieraentrado en el seminario, hubiese sido una vida de mentiras, represiones y negaciones. Gracias a Dios, eso no ocurrió.

Lamento que la persona de la entrevista se haya infectado de VIH, ojalá siga su tratamiento al pie de la letra. En la actualidad el VIH es una enfermedad crónica, tratable, no como antes que era mortal. Todavía no se cura, pero no hay que perder la esperanza.

Saludos gorilas desde Caracas

Thiago. dijo...

Yo pasé por uno, colegio chico pero lleno de mentiras, como la Iglesia misma, ahora "la" papa se levantó de mal humor y sale a condenar todo intentado retroceder lo poco que avanzaron, no los entiendo. Lo juro.